Por Howie Hawkins
Diecinueve años después de que más de 3 mil personas murieran un 11 de septiembre, sigue habiendo un compromiso bipartidista Demócrata-Republicano de librar una interminable “guerra contra el terrorismo”, instigar golpes de cambio de régimen, aumentar el gasto militar, potenciar las armas nucleares estadounidenses, deportar a los residentes indocumentados, restringir las libertades civiles y militarizar a la policía.
Los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra Estados Unidos han oscurecido “el otro 11 de septiembre” o “9/11” como se denomina en este país: el ataque estadounidense a la democracia chilena en el golpe respaldado por EE. UU. el 11 de septiembre de 1973. Los dos 9/11 están conectados por lo que la CIA llama “retroceso”. La agencia de inteligencia utilizó por primera vez el término para describir las consecuencias negativas y no deseadas del golpe de Estado patrocinado por Estados Unidos y el Reino Unido contra el gobierno democráticamente elegido de Mohammed Mossadegh en Irán en 1953. Los ataques del 11 de septiembre de 2001 fueron también un retroceso tras décadas de intervención estadounidense en el Medio Oriente. Eso no justifica el terrorismo, pero lo explica. Si queremos paz y seguridad para nuestra nación, debemos respetar la paz y la seguridad de otras naciones.
Contrariamente a las mentiras de Trump sobre detener las guerras interminables, su gobierno ha intensificado las “guerras de largo plazo ” en el Medio Oriente y África del Norte, a través de un mayor despliegue de tropas, ataques con drones y operaciones especiales.
Trump también está transformando la guerra contra el terrorismo en el extranjero en una guerra contra la disidencia aquí en casa. Trump alienta y utiliza la aplicación de la ley para atacar a los manifestantes no violentos, llamándolos “matones” y ” terroristas antifa”. Alienta a las milicias de racistas blancos, auto-definidos como “vigilantes”, que se presentan armados para amenazar a los manifestantes de Black Lives Matter e intimidar a los gobiernos locales y estatales en protestas organizadas en el terma de la acción climática (Oregon) y las medidas de salud pública para enfrentar el COVID-19 (Arizona, Colorado, Idaho, Michigan, Ohio, Pensilvania, Nevada, Carolina del Norte, Wisconsin).
Trump fomenta estas acciones con declaraciones que amplifican las fantasías paranoicas de extrema derecha que consideran al cambio climático y al COVID-19 como “engaños” perpetrados por conspiraciones secretas de la élite. Trump ha dado instrucciones al Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, en su sigla en inglés) y a la Patrulla Fronteriza para que violen las leyes de inmigración y sometan a los inmigrantes y solicitantes de asilo a una brutalidad indescriptible, incluida la separación de los niños de sus padres y el internamiento en campos de concentración donde el COVID-19 está descontrolado.
Trump alimenta los temores raciales y los conflictos sociales para justificar un gobierno autoritario. Cataloga a los medios de comunicación como “falsos”, dice que las elecciones están “amañadas” y promueve fantasías de conspiración en Twitter. Trump está sembrando confusión y desmoralización para que la gente no pueda resistir la represión de sectores de las fuerzas del orden y de las milicias racistas, en un escenario en que Trump decida resistirse a la transferencia pacífica del poder. Las guerras y los golpes de Estado en el extranjero apoyados por EE. UU. parecen ahora redirigirse contra la democracia estadounidense.
Poner fin a las guerras contra el terrorismo en el extranjero y contra la disidencia dentro de EE. UU.
Uno de mis primeros pasos como presidente sería poner fin a las guerras contra el “terrorismo” en el extranjero y acá en casa. Ninguno de los dos partidos llama a poner fin a las guerras interminables contra el “terror” en el extranjero, a pesar de que la máxima prioridad en la Estrategia de Seguridad Nacional oficial de los Estados Unidos ha mutado hacia la “Competencia por el Gran Poder Mundial” (great-power competition, concepto original en inglés), que busca evitar el surgimiento de potencias regionales fuertes en Eurasia, especialmente China, Irán y Rusia. Esta “Nueva Guerra Fría”, al igual que la “Guerra contra el Terrorismo”, tienen que ver realmente con las ganancias de las corporaciones estadounidenses en el exterior, no sobre la seguridad del pueblo de Estados Unidos.
El programa de modernización nuclear iniciado bajo Obama y continuado bajo Trump con apoyo bipartidista ha desestabilizado el equilibrio nuclear del “terror” y ha iniciado una nueva carrera armamentista nuclear. La amenaza nuclear, sumada a la inacción de las grandes potencias ante la emergencia climática, ha impulsado al Boletín de Científicos sobre Energía Atómica para mover el llamado “Reloj del Juicio Final” a unos segundos muy cerca de la “medianoche”, es decir, la hora de la hecatombe mundial. También ha ayudado en este proceso el aumento de desinformación propagada por actores estatales de todos los sectores, lo que dificulta que la ciudadanía llegue a un acuerdo sobre qué exigir a sus gobiernos.
Yo también pondría fin al “ruido de sables” contra Rusia, China e Irán en la estrategia de “Competencia por el Gran Poder Mundial” y me concentraría en la diplomacia. Necesitamos asociarnos con otras potencias importantes para abordar nuestros problemas comunes, en particular las armas nucleares, el clima y la guerra cibernética.
También pondría fin a la represión bipartidista de la disidencia acá en el país. Con el apoyo de Trump, las fuerzas policiales están utilizando tácticas militaristas para reprimir las protestas pacíficas contra la brutalidad policial y el racismo sistémico. Los dos partidos principales, Demócrata y Republicano, están unidos para reprimir a denunciantes como Edward Snowden y a editores como Julian Assange , cuyos crímenes reales a los ojos del Estado de Seguridad Nacional fue denunciar sus delitos secretos.
Estados Unidos debería expresarse en contra de las violaciones de los derechos humanos y la democracia dondequiera que ocurran. También deber hacer esfuerzos para que los gobiernos autoritarios se hagan responsables en resolver problemas globales de vida o muerte como el cambio climático y las armas nucleares. La guerra y las amenazas de guerra son los destructores más poderosos de las libertades civiles, la democracia y los derechos humanos. Las amenazas militares, las sanciones económicas y la intromisión encubierta en la política de otros países pueden ser utilizadas para reforzar las racionalizaciones nacionalistas que justifiquen la represión interna con el fin de protegerse de las amenazas desde el exterior. Por ello, la política exterior debe estar basada en cuidadosas consideraciones. En vez de eso, el gobierno de Trump opera sobre la base de la improvisación, criterios ideológicos, y ventajas personales políticas del propio Trump.
La forma más poderosa de promover los derechos humanos es dar un buen ejemplo. Si Estados Unidos quiere que su defensa de los derechos humanos sea creíble y eficaz, debe dar el ejemplo correcto en casa, donde los asesinatos policiales de personas negras se pueden ver en las redes sociales de todo el mundo. Un país donde hay encarcelamiento masivo en el sistema penitenciario más grande de la historia del mundo, y desde donde el ejército estadounidense se despliega en unas 800 bases militares en el extranjero para sus guerras interminables. Esto convierte a Estados Unidos en la nación que los habitantes del mundo consideran como la más grande amenaza contra la paz.
El otro 11 de septiembre: Chile
Tres décadas antes del 11 de septiembre de Estados Unidos, la CIA orquestó el violento derrocamiento del gobierno socialista democráticamente elegido de Chile, el 11 de septiembre de 1973.
Es una trágica coincidencia de la sangrienta historia de la intervención estadounidense en América Latina, que el presidente Salvador Allende fuera derrocado y empujado al suicidio en la misma fecha que décadas después golpearía al suelo estadounidense con un ataque terrorista. Los mismos sentimientos que EE. UU. sintió al ser violentado por el primer ataque extranjero desde Pearl Harbor, se sintieron en Chile el 11 de septiembre de 1973. El pecado de Salvador Allende a los ojos de Nixon, Kissinger y el director de la CIA Richard Helms fue avanzar en reformas profundas socialistas, que generaran una sociedad más equitativa, una distribución justa de los ingresos, una verdadera libertad de expresión y un marco verdaderamente democrático que permitiera, finalmente, la participación y la voz de todos los sectores, especialmente de los trabajadores empobrecidos de Chile.
¿Suena familiar? Estos son exactamente los desafíos que Estados Unidos enfrenta hoy, problemas que han asolado al país a lo largo de su historia y que empeoraron en la era Trump: el duopolio autoritario de republicanos y demócratas, la supresión del voto, la neutralización de otros partidos políticos, la profunda desigualdad de costa a costa, y la pobreza crónica. Es el mismo tipo de represión que hoy sufre Chile bajo el conservador y millonario Sebastián Piñera, cuando la gente vuelve a buscar avanzar en las mismas reformas por las que luchó Allende y que pagó con su vida. Es la misma opresión social, económica y política que comparten los dos países en este aniversario del 11 de septiembre.
Ayuda, no armas: haz amigos, no enemigos
Inmediatamente después de los ataques del 11 de septiembre en los Estados Unidos, el Partido Verde de EE. UU. advirtió sobre el peligro de que los dos partidos principales y los medios corporativos convirtieran este horrible crimen en una razón fundamental para las guerras destructivas en el extranjero y la represión política al interior de las fronteras.
En lugar de tratar a los atacantes del 11 de septiembre como criminales que debían ser llevados ante la justicia, Estados Unidos utilizó los ataques como pretexto para una larga serie de guerras de cambio de régimen en Medio Oriente y África del Norte. La dirección de política exterior del gobierno de Bush ya había escrito sobre la necesidad de un “nuevo Pearl Harbor” con el fin de proporcionar el pretexto para una invasión de Irak para apoderarse de sus campos petroleros. No perdieron el tiempo en comenzar con este proceso inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001.
La Autorización para Usar la Fuerza Militar (AUMF, sigla en inglés) contra los perpetradores de los ataques del 11 de septiembre fue aprobada por el Congreso el 18 de septiembre con un solo voto en contra. La invasión estadounidense de Afganistán comenzó el 1 de octubre. La legislación de la AUMF sigue siendo la base legal para las guerras interminables de hoy.
La Ley Patriota, que otorgó al gobierno federal amplios y nuevos poderes intrusivos de vigilancia e investigación que debilitaron las libertades civiles, fue aprobada abrumadoramente en el Congreso el 25 de octubre.
El gobierno de Bush, junto con la bendición del Partido Demócrata encabezada por el entonces senador Joe Biden, mintió sobre las armas de destrucción masiva y sobre el supuesto papel de Irak en el 11 de septiembre, para iniciar una segunda guerra contra ese país en marzo de 2003.
Después de 19 años, las tropas de combate estadounidenses ahora participan en 14 guerras. Entre 37 y 59 millones de personas han sido desplazadas por estos conflictos bélicos, creando la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial.
Los políticos han convertido la conmemoración anual del 11 de septiembre en una celebración militarista del poder estadounidense, que se utiliza para obtener apoyo público para el gasto militar y la agresión imperial en el extranjero. Inmediatamente después del 11 de septiembre, el mundo estaba unido en su dolor por nuestro país. Fue un momento que debería haberse aprovechado para construir la paz basada en la cooperación y el respeto mutuos.
Recordemos el 11 de septiembre de este año exigiendo que EE. UU. se retire de sus guerras interminables, dé prioridad a la diplomacia para resolver conflictos, ponga fin a la venta de armas a los países beligerantes y proporcione ayuda humanitaria a los refugiados de guerra, incluida la reapertura de la inmigración a EE. UU. desde esas naciones.
Convirtamos a Estados Unidos en la superpotencia humanitaria mundial en lugar de un imperio militar global. Proporcionar ayuda en lugar de armas es la mejor manera de promover la paz y la seguridad. Es hora de que Estados Unidos haga amigos en lugar de enemigos.
Howie Hawkins es el candidato presidencial del Partido Verde de Estados Unidos y del Partido Socialista de Estados Unidos.